
- ¡Señora! ¡Señora! dice una vocecilla que no sabe de dónde proviene.
- ¡Señora! vuelve a decir la voz mientras algo tira de su manga;
- ¿Me dejaría construir su jardín?
Josefina mira hacia abajo y descubre a un duende todo vestido de azul con un sombrero verde puntiagudo, calzando botitas rojas y con unos ojos avellana brillantes de emoción.
Aparecer ante un humano es algo muy importante y trascendental para un duende. Si bien ellos comparten nuestros espacios -piensa- son invisibles, salvo, claro está, cuando desean algo apasionadamente. Lo mira de arriba abajo sin saber que decir; la emoción de sorpresa, incredulidad y temor, le impedía articular los sonidos.
La casa estaba recién terminada y necesitaba la urgente ayuda de un jardinero para arar, sembrar pasto, plantar árboles y cubrir por aquí y por allá con flores de la estación de modo que el jardín fuera adquiriendo colores. Un poco emocionada, un poco sorprendida y por qué no decirlo, un poco asustada le pregunta siguiéndole el juego;
- ¿Usted sabe de plantas y flores? el duende se la queda mirando con ojos enojados y el entrecejo fruncido; luego de unos instantes le responde ofendido:
- ¡A todos los duendes nos gusta la naturaleza, señora! y remarca cada palabra para que le quede bien claro.
Su hermana que la miraba desde la puerta de la casa sonríe burlona al escuchar el aparente soliloquio. Ella, desde el lugar donde se encontraba no podía ver a su interlocutor por lo que seguramente pensaba que, su querida hermana Josefina estaba cada día más loca. Sonríe haciéndole un guiño y continúa observando al pequeño personaje. El duende esperaba pacientemente a la entrada de la parcela. En apariencia distraído, dibujando en el suelo con un palito puntudo canturreaba despacito: un jardín para disfrutar, un jardín para amar, un jardín para descansar;
- ¿Y? -le pregunta inquieto- ¿Me dejará hacer el jardín?
Josefina vio en su mirada tanta esperanza y un tan profundo anhelo que no pudo sino responder positivamente.
¡De acuerdo! ¡De acuerdo! -le repite para calmarlo- ¡pero el trabajo es pesado, ya!
Deberá comenzar por recoger todas las piedras grandes y luego hacer un pequeño muro orillando el cerrito que hay detrás de la piscina. Cuando haya terminado con ese trabajo habrá que arar, limpiar, abonar y sembrar pasto donde vea usted un pedazo de tierra desierta. Por las mañanas cuando el suelo está todavía húmedo de rocío tendrá que hacer los hoyos para plantar los árboles ornamentales. Al fondo del terreno pondremos los frutales para que en primavera se cubran de flores y en verano tengamos mucha fruta de todos los tipos y colores. El duendecillo le clava sus ojitos avellana y una sonrisa burlona se dibuja en sus labios, luego, haciendo un guiño con la boca parte trotando hacia el interior de la parcela repitiendo por lo bajo: tierra yesca y seca, tierra seca y yesca, vergel, vergel, vergel.
- Hey, tú, ¿cuál es tu nombre?
- Dupy, responde sin dejar de trotar.
- Bueno, por si te interesa yo me llamo Josefina.
Y Dupy trabajó y trabajó de la mañana a la noche realizando las labores encomendadas.
Era el mes de agosto y estaban atrasados con las plantaciones. Josefina no era mucho lo que podía colaborar porque se levantaba muy temprano y salía a su trabajo del cual regresaba sólo cuando ya era de noche por lo tanto tampoco podía ver cuanto avanzaba la construcción de su anhelado jardín. Lo único que sabía es que cuando se iba por las mañanas Dupy ya estaba trabajando y cuando regresaba se encontraba con un hermoso fuego de chimenea, encendidas las luces de la casa y sobre la mesa un platillo sabroso.
El fin de semana siguiente muy temprano al escuchar ruidos en el jardín, Josefina se levantó a mirar quien andaba por su propiedad a esas horas de la mañana. Se encontró conque Dupy corría de aquí para allá y de allá para acá marcando los lugares donde haría los hoyos para plantar los arbolitos, mientras canturreaba una cancioncita en su idioma de duende. Al parecer los duendes cantan cuando tienen pena pero también cuando se alegran y cuando trabajan, se dijo un tantito turbada.
El trabajo había avanzado en forma milagrosa. El muro del cerrito estaba terminado y las piedras aparecían relucientes bajo los primeros rayos del sol. Los arbolitos diseminados por toda la parcela esperaban a que Josefina autorizara la plantación definitiva. ¡Tanto trabajo! –pensó- ¡este hombrecito es un prodigio! jamás habría imaginado que pudiera avanzar así de, rápido.
En la soledad del campo, la noche está poblada de sonidos incomprensibles para los citadinos pero ella ya se había acostumbrado y podía reconocer las carreras y ladridos de su perra Beccassine, el ulular de la lechuza blanca que anida en los grandes eucaliptos de la entrada, el piar de las golondrinas bajo el alero, el grito de los queltehues y el croar de las ranas que se desgañitaban cantando en la acequia del fondo intentando sacar, desde el fondo de sus gargantas, un do de pecho que pudiera ser repetido por las otras formando un coro celestial.
-¡Lastima que las ranas sean tan desafinadas! se dijo Josefina y aunque no logren interpretar un croac en do bemol mayor lo seguirán intentando. No hay animal que las iguale en tozudez. Quizás si entre ellas se cocieran ambos lados de la boca lograrían por fin pronunciar esa nota que les gusta tanto. Se sonrojó ante su poco compasiva ocurrencia.

Ninguno de esos ruidos alteraba su sueño hasta que una noche cuando comenzaba a adormecerse escuchó un sonido diferente a todos los ya conocidos. Eran como vocecitas apagadas que provenían del jardín. Se levantó de puntillas y sin encender la luz miró por la ventana; lo que vio la dejó atónita; por todos lados correteaban pequeños hombrecitos con sombreros puntiagudos, vestidos con traje verde brillante, calzando botitas rojas iguales a las del duende Dupy. Recogían piedrecillas, cavaban, nivelaban como si fuera el juego más divertido. Entre ellos Dupy quien, muy serio, daba instrucciones y organizaba patrullas asignándoles tareas que se cumplían velozmente. Al fin comprendía como se realizaba el trabajo y por qué avanzaba tan rápido.
Miró largo rato por la ventana embelesada ante el espectáculo. A eso de las cuatro de la mañana cuando ya el trabajo había casi terminado todos los duendecitos se sacaron la ropa y se metieron de un chapuzón a la piscina alumbrada por la luz de la luna. Nadaban, hacían saltos mortales, se tiraban agua unos a otros en medio de un jolgorio de risas y cantos. Poco a poco la actividad fue decreciendo. Apoyado por las Ondinas que suavemente entonaban canciones de luz y de estrellas, un manto de niebla clara fue cubriendo a cada pequeñito quien, al ser tocado por las voces caía sobre el césped desapareciendo ante sus ojos incrédulos. La magia de las voces llegó hasta la ventana de Josefina cayendo a su vez sobre la cama presa de un sueño irrefrenable.
A la mañana siguiente cuando se encontró con su duende para darle las instrucciones del día no le hizo comentario alguno sobre lo que había visto la noche anterior; no quería avergonzarlo, no quería que supiera como había descubierto su secreto; es más, decidió callarlo para siempre.
Han pasado muchos años y el duende Dupy ha echado raíces en la parcela. Conoce cada rincón, cada planta, cada árbol, cada animal. Por las tardes llega con sus pequeños brazos cargados de flores para que Josefina se deleite arreglándolas en los jarrones que adornan la casa por dentro. Por las mañanas cosecha los frutos de los árboles y del huerto y se los lleva para preparar el almuerzo. Al final de la jornada recoge los huevos del gallinero y Josefina encantada los comparte con él para que les lleve a sus hijitos duendes.
Dicen que los Duendes que viven con las personas les son asignados por los Ángeles para que los ayuden en sus quehaceres;
-¿Qué pasará con Dupy cuando ya no esté en esta casa y no tenga un jardín que requiera de sus cuidados?
- ¿Se quedará o se irá por el mundo a confeccionar jardines en tierras yescas y secas como era esta cuando llegó?
Josefina se sorprende rezando porque quienes la habiten en el futuro lo mantengan por siempre viviendo en el jardín. Ella le estará eternamente agradecida por haberse atrevido a aparecer ante su puerta un buen día de agosto hace muchos, muchísimos inviernos. ©
p.s.: Este cuento está basado en la realidad y es una forma de agradecimiento a un Duendecillo que me ha acompañado durante mis más felices años en mi parcela Pircana